¡Hola, amigos!
Hoy os quiero hablar sobre la importancia de la relación de apego de los niños con sus padres, o cualquier otro adulto de referencia en su crianza.
Con la elección de este tema pretendo daros algunas claves que os permitan desmontar muchos de los comentarios de barra de bar que suelen darse a la hora de hablar sobre la forma de criar a nuestros hijos.
En mi caso, ya voy algo tarde, pues mis hijos ya no son tan pequeños, pero cuanto más he ido indagando sobre el apego, más me he dado cuenta de los mensajes erróneos que mi mujer y yo fuimos recibiendo de supuestos padres “expertos”:
No es cuestión de echar en cara nada a nadie, todo lo contrario. Sólo puedo agradecerles la experiencia que nos compartieron por aquel entonces, pues lo hicieron con la mejor de sus intenciones y convencidos de que era lo adecuado pero, como he descubierto que hay otra forma de hacer las cosas, no puedo dejar pasar la oportunidad de comentar con vosotros lo que he aprendido sobre este tema.
Para estudiar sobre el apego me he basado principalmente en los libros Educar desde el vínculo y Cuentos para el desarrollo emocional desde la teoría del apego, del psicólogo Rafael Guerrero, y en otros contenidos digitales (podcast, conferencias, etc.) de diversas fuentes.
Empecemos por centrar a qué nos referimos cuando hablamos de apego. De las definiciones disponibles sobre el apego, la que más me ha gustado ha sido la que da la psicóloga Olga Barroso: “El apego es la unión afectiva que un niño construye con una figura de protección, que se percibe como más protectora y cuidadora, para que cubra las necesidades del niño”. En esta definición aparecen varios elementos que me gustaría desgranar:
El apego comienza a establecerse desde los primeros meses de gestación del feto. En ese momento, el niño no entiende qué pasa en su entorno, pero sí lo puede sentir. De ahí, la importancia de las caricias y el contacto a través de la barriguita de la mamá.
Este vínculo continúa formándose una vez nacido y se considera que llega a consolidarse entorno al séptimo u octavo mes de vida. Pero esto no quiere decir que a partir de ese momento ya no tengamos nada que hacer con el apego establecido. Los estudios indican que en esa edad tiende a fijarse la primera vinculación de apego hacia el cuidador más significativo, pero esa vinculación, y otras de apego que puedan surgir, se van modificando en función de las circunstancias y las respuestas recibidas durante el desarrollo del niño.
Así que, no desesperéis ni abandonéis la posibilidad de trabajar el apego con vuestro hijos a cualquier edad. Evidentemente, cuanto mayor sea, más trabajo y esfuerzo requerirá reconducir aquello que no hayamos sabido hacer correctamente en primera instancia, pero recordad que, según las últimas investigaciones en neurociencia, el cerebro del niño continúa desarrollándose hasta mucho después de la adolescencia. Luego, siempre podremos intentar mejorar aquello que no nos gusta.
Continuando con el apego, hemos visto que es una vinculación que el niño está obligado a establecer para garantizar su supervivencia.
Cuando nacemos, somos totalmente inmaduros, somos 100% dependientes de una tercera persona. Por eso, desde la parte más instintiva del cerebro humano, tendemos a buscar nuestra supervivencia mediante el apego con nuestro cuidador.
Nacer tan inmaduros no es nada malo. Bajo mi punto de vista es todo lo contrario. Es una cualidad que caracteriza y diferencia al ser humano del resto de especies. Gracias a esta inmadurez, a través de nuestro desarrollo, somos capaces de adaptarnos a cualquier medio o circunstancia.
Si ya viniéramos programados de fábrica con unos procesos predeterminados, la adaptación al medio sería mucho más difícil. Pero claro, esta inmadurez requiere que los neonatos deleguen en terceras personas la cobertura de sus necesidades.
Y, ¿cómo lo hacen?. Con su arma más potente: la ternura o capacidad para enamorar. Los niños nacen programados para enamorar a sus padres. Esto es lo que establece el vínculo del adulto con el niño, y así es como consiguen lo que necesitan.
Pero, ¿tenemos claro los padres cuales son las necesidades de nuestros hijos?.
Dejadme que os comparta la clasificación que he extraído de los trabajos de los psicólogos Jorge Barudy y Mark Dantagnan en relación a las necesidades infantiles.
De esta clasificación, las necesidades afectivas son las que condicionan el tipo de apego establecido en el niño, en función del modo de respuesta que recibe de sus cuidadores de referencia.
Según esto, el apego del niño puede ser: seguro o inseguro; es decir, un buen apego o un mal apego. Cabe decir aquí que no existe el no apego. El apego se da siempre, está en nuestra naturaleza. Dentro de los apegos inseguros, nos encontramos con tres submodalidades: evitativo, ansioso-ambivalente o desorganizado.
A continuación os dejo una tabla donde he resumido la respuesta y características de las figuras de apego en cada uno de los tipo de apego.
Como podéis observar, la base de un apego seguro se centra en la capacidad de dar una respuesta adecuada a la necesidad emocional del niño. Para ello, sintonizar es esencial; es decir, legitimar la emoción de nuestro hijo, entenderla y proporcionarle aquello que necesita. Lo que necesita, no lo que desea, porque en ocasiones confundimos estos dos términos.
En esta tarea, desde el nacimiento de nuestro hijo tenemos que jugar con dos elementos clave para el apego seguro: la protección y la autonomía. Como figuras de apego, debemos buscar el equilibrio entre ambas. Durante los primeros años de vida, la protección o seguridad debe primar respecto a la autonomía, a la que poco a poco le iremos dando más importancia a lo largo del desarrollo de nuestro hijo.
Recalco la importancia del equilibrio. Cada cosa a su debido tiempo. No caigáis en el error del “hazlo tú solo, que el día de mañana tendrás que hacerlo”. Nuestros hijos nacen sin herramientas. Todo aprendizaje es de fuera hacia dentro. Así que, antes de dejar que hagan las cosas solos, tenemos que darles las herramientas adecuadas.
Si como padres que queremos desarrollar un apego seguro en nuestro hijos, lo primero que tenemos que mirar es hacia nuestro interior e identificar que estilo de apego tenemos nosotros con nuestros cuidadores. Aunque no lo creáis, diversos studios realizados han demostrado que es altamente probable que el estilo de apego del cuidador tienda a heredarse en el niño. Así que lo primero que toca es indagar en nuestro interior para ser conscientes de donde partimos.
Por norma general, cualquier padre que quiera establecer un apego seguro con su hijo debe ser capaz de:
Hasta aquí el primer artículo que escribo sobre mi estudio acerca del apego en los niños. La verdad es que me ha parecido un tema apasionante y muy relevante a la hora de reconducir la gestión emocional en nuestros hijos. Soy consciente de que he dejado muchos aspectos sin tratar, pero eso me va a permitir abordarlos en otros artículos. Sólo espero que las palabras que aquí he compartido os hayan aportado algo de interés y sobre todo de aplicación para vuestras vidas como padres.
Saludos y hasta la próxima.